“Al finalizar la jornada y como todas las tardes, él alinea la camioneta para ver ponerse el sol. Busca su guitarra, se sienta, y acompaña el ocaso al compás de algún rasgueo. Nunca el mundo estuvo tan tranquilo”.
Son muchos los trabajos o ideas que he dejado inconclusos producto de un asalto súbito de inspiración que se apodera de mí, y me obliga a ponerme a trabajar en otras cosas. Suele suceder que esos trabajos incompletos no vuelven a ver la luz, no necesariamente por creerlos inferiores o porque no sirvan; sinó porque el tono emocional que requiero para continuarlos ya no es el mismo, como si la sintonía se hubiera perdido.
En estos últimos años, pocos son los trabajos que he logrado terminar. Una inconstancia que era más producto de mi necesidad por experimentar todo tipo de expresiones plásticas, me hicieron constantemente cambiar de rumbo dejando al abandono los pocos ladrillos que daban forma a la base de algo. La solución que encontré en esos momentos fue intentar trabajar en cosas que no me demanden mucho tiempo, para así poder disfrutar del goce de llegar a finalizar algo antes de que la impaciencia me gane y me redireccione a otro lado.
En 2019 empecé esta obra, pero ahora entiendo que hubiera sido imposible terminarla. Fueron momentos en donde esa “sintonía” simplemente se perdió y me vi en la necesidad de guardarla con la esperanza de volver a retomarla en algún momento.
Quizás el ingrediente faltante para completarla simplemente no lo tenía dentro mío hace unos años atrás y la serie de experiencias y descubrimientos acumulados han llenado los espacios vacíos con nuevos colores. Podría decir que es una obra realizada por dos personas, y creo que es cierto.